Dama del Armiño, Leonardo da Vinci, hacia 1484 |
Allí, en la esquina más negra del desamparo,
donde el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,
los recuerdos me asaltan.
Ángel González.
Me pregunto de qué se nutre la nostalgia,
cuáles son las fibras que trenza con la vida,
por qué se ancla a los desarmados corazones
y renuncia, insensata, al pasaje de vuelta.
Por qué abre rendijas al inventario de la memoria
donde duermen lejanos recuerdos sin restañar,
cubiertos del polvo de sueños náufragos,
insurgentes, valientes, pero a la fuerza vencidos.
Por qué hace sentir como un gorrión caído
sin tiempo ni esperanza de entibiar el nido,
que se agita temeroso a la luz de un relámpago
cuando apenas asoma una nueva primavera.
Por qué cubre la vida de distancias sin recorrido,
de lentos reversos permanentes y continuos
donde no hay tregua ni a la débil certeza
de escribir en el silencio de los labios un nombre.
Caen los días sin pausa amenazando tormenta;
Un puerto espera abrazar a un velero sin vela,
en las cartas se leen los frágiles y largos silencios,
y se quedan sin pasar las hojas muertas del calendario.
Es el comienzo de un largo y gélido invierno,
un camino de largas noches y asustadas mañanas,
una suerte de agonía, una soledad sin fisuras
esperando el deshielo de lo que fueron recuerdos.
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