Sleeping woman, Johann Baptist Reiter, 1849 |
A Matide Naccarato, mi comadre,
porque ambas sabemos de soledades
Llega puntual a su cita desde tiempos pretéritos.
Tan solo adelanta o atrasa su pasos
siguiendo el caminar de los solsticios.
La soledad habitada la espera, invariablemente.
Sabe que acudirá con su equipaje de preguntas.
Acude con paso firme, descarada.
Anida como paloma en un blanco espacio,
silenciando los latidos de la luna.
La soledad habitada la siente, como siempre.
Ya conoce que la conducirá al abismo.
Se acurruca a un lado del silencio, majestuosa,
Invade y bebe generosa la última penumbra
desvaneciendo cualquier espacio de luz,
La soledad habitada trata de arropar los miedos,
que insumisos juguetean, trepan por sus labios.
Deja la lluvia afuera, desconcierta a las sombras,
eleva con sigilo los resquicios del pasado,
se ubica donde el tiempo ya no transcurre.
La soledad habitada guarda sus secretos,
los cubre, en vano intento de hacerlos desaparecer.
Demasiado tarde para engañar a las dudas.
La soledad habitada desliza su mano por la sábana,
que le devuelve un frío de intenso azul, de muerta luz,
al tiempo que intenta apretar sus párpados,
con tanta intensidad que enredan sus pestañas.
Enero 2012.